Como sueño indomable,
sin tregua,
el Otoño desmonta simetrías
con su nueva luz
y vientos justicieros,
en montes, bosques y arroyos
de aguas
de irremediable vida
...nos trae Otoño, desconcierto
en cielos y paisajes
en esa luz, que desprenden
las ruinas vegetales
de los verdes de ayer.
Todo tiene limites en lo previsto.
Ya, que del desorden promovido,
emergerán arrullos invernales
mensajeros de borrascas y fríos,
hacia amaneceres
de primaveras vengativas,
contra el depredador
declive humano.
Díaz Casares
El poema evoca el tránsito cíclico de las estaciones como metáfora del devenir humano.
A través del otoño, se sugiere un tiempo de desconcierto y pérdida, en el que la naturaleza —con sus “ruinas vegetales” y la desaparición del verde— anuncia un límite, un cambio inevitable.
Ese desorden otoñal prepara el surgimiento de los “arrullos invernales”: una calma fría, preludio de tormentas y fríos más profundos. Sin embargo, tras ese invierno se vislumbra la promesa de primaveras “vengativas”, cargadas de renovación, pero también de justicia frente al “declive humano”.
La primavera deja de ser solamente renacimiento: es también reacción, fuerza contra la destrucción provocada por la humanidad.
En conjunto, el poema evoca:
✅ Ciclo natural → destrucción → resurgimiento
✅ Melancolía otoñal que desemboca en esperanza vigilante
✅ Naturaleza como fuerza consciente que responde al daño humano
✅ Crítica implícita a la acción depredadora del hombre
Hay una tensión entre el paisaje que muere y la vida que vuelve, pero la promesa del retorno viene cargada con un matiz de advertencia.
La naturaleza, una vez más, resurge… pero no necesariamente benévola.
En esencia, el poema evoca la fragilidad del mundo humano frente a los ritmos eternos de la naturaleza y la posibilidad de una respuesta severa de ésta ante nuestra decadencia.



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