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viernes, 8 de agosto de 2025

Pero; tu luz

 Agustina


La luz no tiene límites,
sólo espacio
... profundidad espacial,
ilimitados tiempos
astros,
estrellas,
soles.

Pero la luz no silba.
Expande su haz
de infinitas partículas,
en las secuencias 
del Tiempo.

¡Pero; tu luz,
secuencia
de mi tiempo herido,
aún se refugia
en mis ojos cautivos.

Díaz Casares                                                    

Es posible
que el tiempo
se mida con miradas,
y los secretos diarios,
transiten entre nosotros
dejando horizontes
que en la memoria 
no cumplen.
Pero entretanto,
cuando los campos,
son labrantíos de los
que el hombre ha huido,
y la ciudad,
renace cada día
entre el tumulto
de sus dispares convivencias,
yo deshojo en silencio
las razones de un tiempo,
colmado de utopías,
mientras lo cierto pasaba,
dejando estridencias,
sobre el futuro que soñábamos.
Díaz Casares



 Al pasar los años
 

¡Ay amor¡
Que nos inundas de escalofríos,
en el deseo profundo
de la razón estremecida.
Convertido ya, en cumplida
comparecencia cotidiana,
renovando ilusiones
en las ruinas del recuerdo,
dejando sentir las horas,
con la rutina diaria
que establece la luz del tiempo
...Amor,
aunque abstracto,
prevalece al desconcierto.

Diaz Casares 


Analizando los tres textos presentados por Díaz Casares, podemos identificar una exploración profunda y melancólica de la naturaleza del tiempo, la luz y el amor. Aunque son poemas separados, hay un hilo conductor temático que los une, como si fueran distintas facetas de la misma reflexión.

La luz y el tiempo: una dualidad existencial
En el primer poema, "La luz no tiene límites...", el autor establece una dicotomía entre la luz física y la luz del ser amado. La luz del universo es inmensa y sin sonido ( "no silba"), un fenómeno cósmico que se expande a través del tiempo. Esta luz es objetiva y universal.
Sin embargo, la "luz" de la persona amada es subjetiva, personal y dolorosa ("luz, / secuencia / de mi tiempo herido"). Esta luz no se expande, sino que "se refugia en mis ojos cautivos". Esto sugiere una experiencia de amor que ha dejado una marca indeleble en el yo poético, un recuerdo que lo ata y lo define, pero también lo hiere. El tiempo, que en el universo es infinito, en la experiencia personal se fragmenta, se vuelve una "secuencia" que se vive a través de la memoria del ser amado.

El tiempo de la memoria y la utopía
El segundo poema, "Es posible que el tiempo...", se adentra más en la relación entre el tiempo, la memoria y la realidad. El poeta sugiere que el tiempo se mide no con relojes, sino con miradas y secretos compartidos. El tiempo de la vida cotidiana se contrapone al tiempo de la memoria. La memoria, en este caso, se presenta como un espacio de horizontes "que no cumplen", es decir, de promesas o expectativas que no se hicieron realidad.

El autor contrasta el caos de la vida moderna ("campos... de los que el hombre ha huido" y la "ciudad" tumultuosa) con su propio acto de reflexión íntima y silenciosa. En este acto, él "deshoja en silencio / las razones de un tiempo / colmado de utopías". Aquí se revela una profunda desilusión: el poeta vivió en un tiempo de sueños e ideales (utopías), pero la realidad, "lo cierto", pasó dejando solo "estridencias" o ruidos discordantes que se interponen en el futuro que se soñó. Es una meditación sobre el paso del tiempo que borra los sueños y deja solo el recuerdo amargo de lo que pudo ser.

La persistencia del amor en la rutina
Finalmente, el tercer poema, "Al pasar los años...", actúa como una síntesis de los dos anteriores, centrándose en la permanencia del amor. El amor se describe como una fuerza que genera "escalofríos" y "deseo", pero que, con el tiempo, se ha transformado en una "comparecencia cotidiana". Ya no es un sentimiento efímero, sino una presencia constante, una rutina que renueva ilusiones "en las ruinas del recuerdo".
El poema aborda la paradoja de cómo el amor se mantiene vivo a pesar del paso del tiempo y la cotidianidad. Aunque la vida se vuelve rutinaria, el amor sigue siendo la fuerza que "establece la luz del tiempo". La luz, que en el primer poema era cósmica y en el segundo se asociaba a la memoria, aquí se presenta como el motor que le da sentido a la rutina. Al final, el autor concluye que el amor, a pesar de ser "abstracto", es una fuerza poderosa que "prevalece al desconcierto" y le da estabilidad al caos de la existencia.

En resumen, 
los poemas de Díaz Casares nos llevan en un viaje desde la inmensidad del universo hasta la intimidad de la memoria y el corazón. A través de la metáfora de la luz y el tiempo, el autor explora el dolor de un amor pasado, la desilusión de las utopías no cumplidas y, finalmente, la consoladora permanencia del amor en medio de la rutina diaria.







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